Doble de cuerpo y alma
Un interesante montaje sobre el reflejo de la identidad

Crítica de espectáculos: Diario La Nación. Viernes 28 de noviembre de 2008


El otro Señor G. Escrita y dirigida por Alfredo Martín. Con Pablo Tiscornia, Fernando Bracalenti, Luis Aponte, Alfredo Martín, Raymundo Levy, Claudio Germán Rangnau, Pablo Casal, Guillermo Martín Giusto y Silvia Sánchez. Vestuario y utilería: Ana Revello. Diseño de iluminación: Magalí Acha. Música original: Gustavo Twardy. En La Ranchería, México 1153. Viernes, a las 23. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: buena

"Creo sinceramente haber interceptado muchos pensamientos que los cielos destinaban a otros hombres", decía el irlandés Laurence Sterne, citado por José Saramago en El hombre duplicado . ¿Qué ocurre cuando comprobamos que nuestras ideas replican simplemente las de otros? Y aun peor: ¿qué se siente cuando descubrimos que en lo físico y mental tenemos un ser gemelo, igual o semejante a nosotros? ¿Qué pasa cuando el concepto de identidad, ese espejismo de que somos únicos e incomparables, comienza a ser amenazado por la pesadilla de la disociación?
El tema ha sido tratado con riqueza y profundidad desde la literatura al psicoanálisis, dando lugar a obras muy recordadas. En la narrativa, uno de los que abordaron este tópico fue Fiodor Dostoievski. La novela El doble cuenta precisamente las desventuras de un opaco funcionario ruso que, en su lucha contra una burocracia estatal que lo posterga en forma constante, se encuentra con un doble que termina quedándose con su trabajo, su amada y hasta su criado.
Este es el texto que el actor, director y dramaturgo Alfredo Martín adaptó para la escena, en el que revaloriza desde lo psicológico los componentes de ambigüedad que ofrece la historia, en la cual queda siempre como interrogante si lo que ocurre es real o sólo un sueño teñido de delirio paranoico del protagonista. El relato transcribe también esa marca de ofensa y humillación al otro, tan típica de la literatura dostoievskiana y, de algún modo, anticipadora del universo de Kafka.
La puesta está concebida con pocos pero significativos elementos que, gracias al juego del color y los materiales usados, más el comentario lumínico, permiten diferenciar tres ámbitos nítidos: un zaguán palaciego armado con cortinas, una humilde vivienda y la oficina pública. La atmósfera es ominosa y sombría, como si buscara difuminar una y otra vez los límites entre lo onírico y lo real. La música y el vestuario son otros dos aciertos de este montaje.
En cuanto a la actuación, Martín -un actor muy interesante, aunque aquí sólo trabaje en un papel más que nada de apoyo- opta por los tonos contenidos, lo cual le da a la interpretación una aceptable línea de homogeneidad, pero le quita atractivo a algunas composiciones, en especial a la de Pablo Tiscornia, como Goliadkin. Fernando Bracalenti, claro que en un personaje más "servido", se muestra, en cambio, más en el doble. Y se destaca, sobre todo en la escena de la borrachera, Luis Aponte, en el Petrushka.
Alberto Catena