Alfredo Martin, actor, director y médico psicoanalista, privilegió los aspectos más ambiguos del clásico de la literatura rusa.
Formado como actor con Raúl Serrano y Ricardo Bartis y con Mauricio Kartun en dramaturgia, Alfredo Martin –también médico psicoanalista– es el modelo del teatrista actual que, además de actuar, dirige y escribe las versiones de las obras que lleva a escena. De este modo, no es raro que cada año Martin participe en varios proyectos teatrales: además de retomar las funciones de El amor es un francotirador, con dirección de Lola Arias, en breve estrenará, dirigido por Héctor Levy Daniel, La inquietud de Madga Goebels, obra que forma parte de la trilogía Las mujeres de los nazis, del mismo Levy Daniel. Además tiene previsto estrenar en mayo, en el teatro El Búho, una obra de Christian Lange –Kiev– que desarrolla una historia de amor enmarcada en un tiempo de persecusiones antisemitas muy anterior al Holocausto: “La acción transcurre en 1911 –detalla Martin en una entrevista con Página/12–, una época en la que estos estallidos brutales se llevaban a cabo en algunos países de Europa con la connivencia de los poderes de turno, lo cual forzó a muchos judíos a huir a distintos países, como el nuestro. Incluso hubo aquí un pogrom durante la Semana Trágica”.
Por otra parte, Martin acaba de reestrenar en Elkafka (Lambaré 866) El otro señor G, una versión libre de El doble, novela de Dostoievski escrita en 1846, en la cual Yakov Goliadkin, un oscuro empleado público (interpretado por Pablo Tiscornia) intenta rebelarse ante la injusticia de no haber sido ascendido de puesto, alterando su habitual buena conducta. Pero ante la idea de que sus superiores se han aliado en contra de él, aprovecha la inesperada aparición de un hombre que es, a todas luces, su doble, para enfrentar lo que él supone un acto de conspiración. “La originalidad del doble que presenta Dostoievski consiste en que triunfa porque consigue su objetivo al suplantar al personaje central –analiza el director–; de este modo, la máscara reemplaza al original, que queda reducido a la nada”, concluye. Al parecer, éste, su último trabajo dramatúrgico, impulsó a Martin a examinar los diversos modos de presentación del tema de la aparición del doble. Así por ejemplo, el director sostiene que, en general, en su tratamiento literario ha habido “una asociación entre la presencia del doble y la alucinación, o el delirio o la enfermedad mental, como si la enajenación fuera la experiencia que sustenta su aparición.” Sin embargo detecta diferencias en variados ejemplos de la literatura y el cine.
–Como tópico recurrente en la literatura y el cine, ¿qué funciones suele cumplir la figura del doble, tomando algunos casos particulares?
–Los dobles aparecen con E.T.A. Hoffmanm en el siglo XIX, como el aporte alemán a la literatura gótica. Mas tarde Freud se apoyará en sus cuentos para analizar el universo de lo siniestro. En la popular Dr. Jekill y Mr. Hyde, de Stevenson, hay un desdoblamiento con un polo que condensa los aspectos negativos de la personalidad en tanto que acosa a la parte buena. Pero es una poción la que señala ese pasaje de un estado a otro, de modo que ambos seres nunca podrán confundirse. Otro ejemplo es El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, donde hay un pacto implícito con el demonio en busca de la belleza eterna y donde la aparición del doble se da por medio de la animación de una figura en un cuadro.
–¿Algún otro ejemplo en la literatura y el cine contemporáneos?
–En El hombre duplicado, José Saramago, juega con una vasta herencia literaria sobre el tema y le da un giro a la historia, pero lo que se plantea siempre es algún tipo de antagonismo donde juega la violencia que implica la presencia de un igual. En la película El club de la pelea, por ejemplo, el otro señala un más allá de los límites, donde se realizan los deseos más oscuros, lo que provoca una captura narcisística sin salida.
–¿Cómo se explica en la obra la aparición del doble del funcionario Goliadkin? ¿Se trata de un relato fantástico o de un caso clínico?
–Dostoievski utiliza un procedimiento radical; aborda el problema de la escisión dejando de lado todo tipo de recurso literario de insinuación o indeterminación y pone en un contexto realista y naturalista a los dos componentes de la relación. Eso me parece un acto visionario porque permite indagar profundamente en los dos términos del conflicto desde el punto de vista dramático. El problema de verosimilitud del doble lo resuelve, en cambio, desde una perspectiva naturalista presentándolo como un caso clínico: Goliadkin está en tratamiento psiquiátrico desde el principio de la obra y es enviado al final al manicomio sin más contemplaciones.
–¿Cómo estaría caratulado hoy el mismo caso clínico?
–Para la psiquiatría de esa época, estamos hablando de 1846, el caso estaba catalogado como una manía persecutoria; hoy sería una variedad de esquizofrenia paranoide. Pero yo no quise darle en la versión un estatuto médico psiquiátrico, ya que con los elementos dramáticos había de sobra para entenderlo sin juzgarlo. Porque juzgar la conducta del personaje le resta peligro y limita las posibilidades de identificación con el público. Y de alguna manera tranquiliza las conciencias poniendo de un lado a los locos y de otro a los cuerdos.
–¿Qué privilegia en su versión?
–Yo preferí algo menos lineal. Por eso, en mi versión quedaron los términos más ambiguos y extraños del conflicto y apareció otra premisa del texto: la imagen que la sociedad busca en el espejo debe ser amable. Esto dio lugar a un hallazgo: las máscaras que aparecen en la oficina como distorsiones de la identidad, esas que ocultan al hombre y son las mismas que constituyen su identidad. Y ahí mismo teníamos una zona de pasaje: de la duplicación a la multiplicación para lo cual venía de perillas el andamiaje de la burocracia rusa de esa época, fiel reflejo del funcionamiento social. La historia se desenvuelve como si, en efecto, en el mundo coincidieran dos Goliadkin exactamente iguales entre sí, que conviven frente a la mirada de los otros. En mi versión está expuesta la idea de un mundo que es sólo para unos pocos, esa elite que en este caso está representada por la burocracia rusa con sus intrigas y sus escalafones. La rebelión de Goliadkin es la de alguien que queda afuera y un día decide acceder sea como fuere. Pero una máquina totalitaria lo despojará de todo, aun de su propia identidad.
Link a Página 12
Página 12 - Cecilia Hopkins - Sobre la identidad y las máscaras
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario